sábado, 20 de diciembre de 2008

Segunda noche lasvegueña: La ruleta, ese entretenimiento tan ludopático



De nuevo con hambre y el horario algo desplazado (como yo ahora, que me tiro hasta las cuatro y media de la mañana escribiendo posts y luego tengo que trucar la hora para que no penséis que soy un vampiro, aunque estoy intentando arreglarlo...), nos despertamos de la siesta por segunda vez bastante tarde en Las Vegas, cuando las luces nocturnas de los casinos ya se habían encendido de nuevo… Nos despertamos con hambre (y con picor en mi sarpullido de las piernas...), porque sólo nos habíamos comido un perrito caliente de comida, así que salimos dispuestos a encontrar algún sitio en el que nos dieran una buena cantidad de cena... La verdad es que es una pena que no conociéramos un poco mejor los restaurantes de Las Vegas y dónde se comía mucho por pocos dólares, pero al final acabamos en un chino buffet enorme cuyos ventanales daban a la Strip y que se accedía a él por unas escaleras mecánicas desde una plaza en la que había una especie de chiringuito-karaoke en el que la gente (supongo que borracha como una cuba) ¡pegaba unos graznidos!

En fin, el sitio aquel era bastante cochambroso, aunque la comida no estaba del todo mala y sobre todo, era barata (ya veis, 12,99 dólares la cena), ¡y laxante! (casi tanto como las hamburguesas del McDonalds)... La verdad es que no duramos mucho allí, porque el restaurante estaba un poco vacío (sólo había unas cuantas parejas cenando) y los encargados estaban todo el tiempo pendientes de nosotros (irritante costumbre típica de algunos camareros chinos…): en fin, no mucho que ver con la algarabía que reinaba en el restaurante de Wok al que solemos ir aquí en Madrid (estuvimos allí hace un par de días y tenían montada una fiesta de instituto totalmente ensordecedora...) y pronto estábamos de nuevo en la calle, dispuestos a descubrir más casinos de la noche lasvegueña.

Como en el chino no había postres demasiado apetecibles, volvimos sobre nuestros pasos hacia la segunda planta del New York, New York, en la que había un tentador puesto de helados, junto a la entrada de la reproducción del Bar Coyote (que estaba hasta los topes: nosotros no entramos, pero había una cola enorme para entrar)... No me acuerdo de lo que me comí yo (¿sería un helado de fresa? Mmmmm, no me acuerdo...), pero estoy segura de que Pablo se comió uno de chocolate. Ya que estábamos allí, decidimos cruzar la pasarela sur hacia el Exin Castillos de Las Vegas, el casino Excalibur.



Éste es otro de esos extraños casinos (del estilo del Circus circus, del que ya os hablé) que aspiran a ser "casinos para todos los públicos", aunque el pretendido ambiente familiar tipo Disneylandia acabe pareciéndose más a decorado de película porno medieval, todo lleno de taberneras con los pechos medio al aire y pajes, reyes y bufones pululando aquí y allí... Una cosa que nos gustó del Excalibur fue que, en línea con su espíritu educativo, vimos que anunciaban clases de ruleta los martes y jueves a mediodía… ¡Buena idea! No todos los que vamos a Las Vegas tenemos ni pajolera idea de cómo se juegan a esas cosas (la verdad es que me habría gustado asistir a una de aquellas clases)…

Seguimos de inspección por el casino medieval y por fin nos paramos un rato a ver cómo se desarrollaba una de esas famosas partidas de ruleta. Seguramente para aquellos de vosotros que sentís ansias ludopáticas, la ruleta sea algo que deberíais probar, aunque es cierto que parece que hay que jugar con un poco de cabeza, porque aparementemente se puede ganar mucho dinero si uno juega con inteligencia (y, sobre todo, con sentido común). Así que nos paramos junto a una mesa en la que estaba jugando un primo de Saddam Husseim (sí, sí, en la foto no se le ve demasiado bien, pero era el tío de la camiseta naranja...): aquel fulano, a pesar de sus pintas de butanero, estaba forradísimo: tenía montañas de fichas y no parecía jugar nada mal, igual que el otro hombre alto, de la camisa blanca.

Un poco antes, jugó contra ellos un tercero, un tipo joven, nervioso, que vestía una camisa de flores y tenía un aire desesperado… Nos impresionó lo rápido que perdió todas sus fichas: llegó a la mesa con un montón de fichas, que colocaba casi todas en las mismas casillas... Me parece que durante un momento, las cosas parecieron salirle bien (supongo que fue porque salieron algunos de los números a los que apostó, pero sin saber más sobre el funcionamiento de la ruleta, no sabría deciros...) y acumuló una pequeña fortuna... Pablo y yo no llegábamos a comprender porque no se retiró entonces, aunque supongo que tendría que ver con su nerviosismo y su aire desesperado... El caso es que el tipo siguió apostando y apostando, hasta que los miles de dólares (sin exagerar) que había acumulado momentos antes se esfumaron sobre la mesa. El tipo apuró su bebida y se largó de la mesa mientras el primo de Saddam Husseim y el otro le observaban con cara de suficiencia. Estaba claro que ellos tenían más arte con aquello de la ruleta, porque para cuando nosotros nos cansamos de mirar, ellos todavía seguían allí, ganando o perdiendo montones de fichas, según tocara.

Tanto juego y tanta perdición... Claro, al final nos entró sed y quisimos tomarnos una copilla… Creo que ya os había contado antes que nos habían dado por la mañana unos tickets de descuento para un bar dentro del Montercarlo, así que volvimos a poner rumbo al norte, aunque no nos fuimos muy lejos (el Montecarlo está al norte del NYNY). Todo fue inútil: no encontramos dónde estaban aquellos bares de marras y acabamos dando vueltas por aquel sórdido casino, cuyo pubs, apenas iluminados y con la música a todo volumen, estaban llenos de solterones cuarentones de mirada hambrienta…

De vuelta al NYNY pues, pero como todavía nos apetecía beber un poquillo de alcohol, entramos en la taberna irlandesa del casino (¿¿cómo podía faltar si no una reproducción neoyorquina un típico pub irlandés??): The nine fine irishmen. El segurata de la entrada era un cachondo (un tipo calvo y enorme, con un aspecto amenazador…) y le estuvo un rato tomando el pelo a Pablo (por supuesto, nos pidió el carné de identidad para comprobar que éramos mayores de edad (?) y luego hizo unas cuantas bromas sobre aquello...) y luego ya sí que nos dejó entrar... Allí, lo de la reproducción de pub irlandés se lo habían tomado muy a pecho: no hacían más que poner cancioncitas de The Corrs y de U2, por si cabía alguna duda. Nos bebimos sendas pintas de Guinness que estaba muy rica y nos quedamos allí a pasar un ratito, mirando como la gente bailaba, hasta que la banda sonora volvió al principio y The Corrs empezó a rallarnos...

Como ya habíamos cumplido el objetivo de bebernos un algo y ya empezaba a ser tarde, nos retiramos de nuevo a dormir en nuestro segundo día en Las Vegas.

[Fotos: 1) Yo, entre la multitud, frente al NYNY, 2) Foto del restaurante chino-buffet, de Parka81, 3) Interior del Nine Fine Irishmen, de la Las Vegas Magazine, 4) Cosecha propia del Excalibur, desde la pasarela NYNY-MGM, 5) El primo de Saddam Husseim jugando a la ruleta, 6) Nuestras dos pintas, que se ven muy mal, porque el pub tenía muy mala iluminación, 7) Cara de nuestro posavasos, 8) Cruz de nuestro posavasos.]



sábado, 13 de diciembre de 2008

Segundo paseo por la Strip II y final: El circo en mitad del desierto



Después de subir a la torre del Stratosphere, tocaba seguir entrando en los diferentes hoteles de la Strip, así que empezamos por el más cercano, el Sahara, mítico hotel lasvegueño de inspiración arábiga, donde cantaba Marlene Dietrich y donde se rodó el Ocean's Eleven de 1960… Y que ahora en su entrada contaba con una terrorífica atracción que ponía cabeza abajo a los que se atrevían con ella, en un looping que, al lado de los monstruos del Stratosphere parecía un juego de niños… El problema es que, dado lo efímero de la existencia de estos hoteles-casinos, en aquéllos que vivieron su esplendor en los sesenta con Frank Sinatra, la Dietrich, Liza Minelli o Jerry Lewis se respira un ambiente caduco y pasado, las máquinas tragaperras están polvorientas, el decorado de cartón piedra está ajado y los techos bajos y las lucecillas incesantes hacen que sean sitios muy claustrofóbicos... Lo que ya dije en su momento del Aladdin era totalmente aplicable al Sahara y a otro de los casinos míticos que poco después visitaríamos: el Stardust (que precisamente meses después de que nosotros volviéramos de Arizona se convertiría en lo que su propio nombre indica: un montón de polvo y no precisamente de estrellas), allí donde actuaba Elvis…

Sahara


En ninguno de ambos duramos más de cinco minutos: nos agobiaban aquellas salas de juego anticuadas llenas de tipejos raros que bien podrían asemejarse a las de cualquier bingo carabanchelero, así que después del Sahara hicimos un alto en un lugar cuando menos pintoresco (si que había algo que no fuera pintoresco en Las Vegas) que puede que os suene de Leaving Las Vegas o de algún capítulo de CSI, la World’s Largest Gift Shop, una mega tienda de souvenirs, eso sí, bastante grande por hacerle honor a su nombre, que tenía de guardia de seguridad en la puerta al jefe indio de Alguien voló sobre el nido del cuco (bien, vale, quizás el tipo no era tan imponente, pero vosotros no lo habéis visto, así que me puedo tomar la licencia poética) que se permitía obligarnos a todos los curiosos que entrábamos en la tienda a registrarnos bolsos y mochilas ¡a la entrada y a la salida! El sitio aquel parecía un gran bazar lleno de trozos de plástico imposibles, pero debíamos de tener la tarde tonta, porque nos pusimos a hacer el bobo con los sombreros de fieltro gigantes y con dados de peluche tamaño king size... Por supuesto, tengo pruebas fotográficas de esto, pero no las veréis, ¡no! Entre otras cosas, porque no creo que Pablo se quiera ver y yo tampoco quiero que me veáis, ¡que ya os he dado suficiente espectáculo!

CircusCircus


Después de hacer un rato el tontaina y salir de la tienda sin comprar nada (¿o sí compramos alguna idiotez? Sé que luego compramos souvenires de esos chillones y horteras en tiendas más cerca del hotel, pero no en aquella World’s Largest…), como seguíamos con la tontuna, decidimos que ya era hora de volver a intentarlo con las tragaperras, así que nos dirigimos a la siguiente parada de nuestro recorrido, un lugar que era una contradicción en sí mismo: el circo en mitad del desierto que anuncio en el título, pensado, sí señores, sí, para los más peques de la casa…

Sí, quizás no os lo creáis, pero ese lugar es el Circus Circus, un hotel casino temático del que ya os había comentado que tenía una carpa en cuyo interior había una enorme montaña rusa acuática… Pues sí, aunque Las Vegas probablemente sea el lugar menos indicado para organizar unas vacaciones familiares y aunque la mayoriza de los casinos ni siquiera permite la entrada de tiernos infantes, los señores empresarios no quieren dejar escapar a ni un solo segmento de los posibles turistas, por lo que este casino se especializa en familias felices, a ser posible con bebés y niños pequeños, ¿quién dijo que la ciudad del pecado fuera sólo para pecadores? ¡El negocio es el negocio! El caso es que el lugar no tenía despedicio: un penetrante olor dulzón a algodón de azúcar dominaba el ambiente y toda la decoración parecía sacada de la mente de algún payaso demente... Eso sí, las máquinas tragaperras y las mesas de ruletas se intercalaban con cándidas tiendecillas de animales de peluche y de chucherías de todos los colores… Claro que aparte de las familias (y de los cartelones que anunciaban que ningún menor podía corretear suelto entre las tragaperras sin un adulto que lo acompañara… Fíjate tú qué incongruencia), otras bastante aficionadas a este casino eran las abuelas jubiletas que se gastaban la pensión a puñados en las maquinillas… Me impresionaron unas señoronas gordísimas y negrísimas que no hacían más que echar un dólar tras otro en las máquinas de alta apuesta, situadas en el centro del casino… Los ojos fijos en la máquina, concentradísimas en lo suyo, apenas dejando escapar un gritito de emoción o alguna interjección incomprensible cuando la máquina se dignaba a devolverles un tantillo porciento de sus pérdidas para mantenerlas enganchadas...

En fin, como os decía, nosotros también nos animamos (aunque no con las de apuestas altas, ya nos era suficiente con jugarnos dos o tres dolarcillos…) y ¡fue la primera vez que ganamos! En concreto, 8,25 dólares, como atestigua Pablo en esta fotico que os pongo (¡ésta tenía que ponerla, la hice expresamente pal blog!)… Oye, ¡qué subidón da ganar, aunque sólo sean 8,25 dolarcetes! Total, que tampoco es que seamos muy ludópatas, así que en seguida fuimos a la caja pa que nos dieran los cuartos y nos introdujimos un poco más en la carpa-parque de atracciones (allí los niños sí pueden andar sin correa...), que teñía la luz de la tarde de septiembre en aquel color rojísimo digno de los chapines de Judy Garland… Lo bueno que tenía andar descubriendo Las Vegas en miércoles era que no había ni Dios, y Pablo y yo, que somos alérgicos a las aglomeraciones, pues nos vino mejor… Como todo estaba libre y no había ningún sitio en el que conseguir suelto (queríamos comprar una botella de agua y la máquina de turno sólo aceptaba monedas), vimos unas mesas de ¿hockey? (bueno, si no sabéis lo que es, la foto seguro que os lo aclara...) y nos decidimos a echar una partidilla. ¡Si ni siquiera ahora sé cómo se llama la maldita cosa, como para haber intentado ganar a Pablo! Vamos, ni una oportunidad que tuve, me metió una paliza terrible, no sé si fueron 6 a 0, o algo así (menos mal que luego yo soy mejor en Tetris, que si no...), pero nos reímos un rato, bebimos agua (aquello seguía estando en el maldito desierto, a pesar del aire acondicionado interior) y acabamos de dar una vuelta por aquel singular casino familiar.

Para cuando salimos de allí, ya debían de ser las 6 o así y estábamos reventados, después de todo el día para arriba y para abajo… Entramos, como ya os he dicho antes, en el Stardust (lo hicimos por una puerta lateral en la que un puñado de tipos con muy mala pinta estaban apostando a diferentes deportes y había otros jugando a una especie de bingo incomprensible…) y salimos casi al instante, porque ya no podíamos más con nuestro cuerpo… La verdad es que casi no sé cómo logramos bajar todo el trecho que faltaba hasta el New York, New York, donde nos desplomamos en la cama y, a pesar de los insoportables picores que me martirizaban piernas, nos quedamos profundamente dormidos un buen rato...


CúpulaCircus


[Fotos (esta vez todas son cosecha propia salvo el mapa) : 1) Mi acostumbrado trocito del mapa 3D, que podéis ver aquí completo, 2) Panorámica del Sahara, 3) Exterior de la tienda de regalos (¡no veréis nada más comprometedor!), 4) Panorámica del exterior del Circus, circus, con su cañonero en primer plano y tó, 5) Aérea del Circus, circus, pa que veáis dónde estaba la el parque de atracciones, bajo la carpa roja, 6) Un tal Peter Parker que acababa de ganar 8,25 dólares y con lo contento que estaba, parecía que había ganao el millón de dólares, 7) La mesa aquella en la que Peter Parker me dio un palizón, 8) El cartel del difunto Stardust elvisiano, 9) Interior de la carpa colorada del Circus, circus, con la luz de la tarde de la que os hablaba...]